La época ramesida
Tras la muerte de Ajenatón le sucede en el trono Smenjkare. Muere pronto y le sucede Tut-anj-amón, que reinstaura totalmente la religión tradicional. La restauración al culto de Amón y a los antiguos dioses conlleva una nueva política. Los faraones, escarmentados por el gran poder que el clero había conseguido en el pasado, deciden no volver a nombrar visir a ningún sacerdote. En el Bajo Egipto se había producido un florecimiento del culto a Seth. Durante el reinado de Ramses II se construye en la capital Pi-Ramses un templo dedicado a él, y ya su padre Seti I había llevado el nombre del dios. Se importan ciertos cultos cananeos, como los de Astarté, Anath, Baal y Rashef que se identifican con Hathor, Isis o Neftis. Pero ante todo se desarrolla el culto a Amon, convertido ya en dios estatal. El resto de cultos locales y de dioses "menores" se mantiene intacto. No se producen grandes innovaciones en cuanto al culto, pero es ahora, en la época ramesida cuando el clero adquiere un poder desmesurado, debido a la gran cantidad de apoyo por parte del faraón. Desde comienzos del Reino Nuevo, exceptuando la crisis amarniense, los reyes habían ido aumentando la riqueza de los templos, llegando a colocar al clero como propietario de muchas riqueza del país. Hasta tal punto los templos tenían ese poder que durante el final de la época ramesida los grandes sacerdotes de Tebas podían dirigir el destino del país, ante la indiferencia de los últimos soberanos ramesidas. Pero no sólo el Gran Templo de Amón en Karnak, todos los templos se transforman en las bases de la economía del país, utilizando sus ingresos. El título de gran profeta de Amón se volvió hereditario, y desde ese momento se puede hablar de una doble política, la dirigida por el faraón y la establecida por el clero, la doble política.